El
arte de convertir a los demás en lo que no son… El
gran Gatsby (The Great Gatsby). Dirección: Baz
Luhrmann. Basada
en la novela homónima de Francis Scott Fitzgerald. Australia-EEUU, 2013. Guión: Baz
Luhrmann, Craig Pearce. Elenco: Leonardo DiCaprio, Tobey Maguire, Carey
Mulligan, Joel Edgerton, Isla Fisher, Elizabeth Debicki, Amitabh Bachchan,
Jason Clarke, Adelaide Clemens, Max Cullen, Steve Bisley, Richard Carter, Vince
Colosimo, Brendan Maclean, Kate Mulvany, Callan McAuliffe, Jack Thompson. Por
Giancarlos Areiza Salazar: Especialista de Audiovisuales de la Escuela de Cine
y Televisión de Caracas, Venezuela.
El
maestro Alfred Hitchcock decía
que «es preferible filmar libros mediocres que obras
maestras» Y es posible que sea lícito; dado que llevar un libro de
lo lingüístico a lo visual no es poca cosa; y mucho más cuando se trata de una
obra tan ecuménica como la de The Great
Gatsby (1925), escrita por Francis Scott Fitzgerald.
89
años después, el director de cine Australiano Baz Luhrmann, se entregó al
desafío, sin atino –tal como lo hicieran sus tres antecesores–, para adaptar los
puntos cardinales de este clásico. Y para ello puso toda la carne en el asador con
su abundante pirotecnia y, su estilo Kistch;
y con la que peregrinó con infortunio (para los lectores), por todas las
salas del mundo; malogrando el tono y el espíritu intimista del libro. Que aunque
estuvo bien logrado cinematográficamente, otra vez parece que el Séptimo Arte
no ha podido encapsular la esencia de los personajes y la historia, empequeñeciendo
la ambición del autor.
Las
adaptaciones no tienen por qué ser adiposas, eso se entiende. Eso lo
entendemos. Pero ojo, que se haga con pulcritud y trastienda, para que esa «doble
visión» o «transposición» de lo lingüístico a lo visual, sea lo más fiel posible
en el sentido literario y, se conserven en lo que alcance, las cualidades
iniciales. Incluso, ya Oscar Steimberg avisaba que “La transposición de una
obra literaria debe ajustarse a sus originarias cualidades literarias
(valor artístico) con coherencia”. En su libro rotulado como: Producción de sentido en los medios
masivos: las transposiciones de la literatura de 1979. Pero
Baz Luhrman digamos que, se le fue la mano extrapolando la historia de Gatsby, reduciéndola
a una convulsa historia de
amor idealizada, al más puro estilo de un melodrama clisé –uso la palabra
«drama» por su valor, no por su género– de “Novela Camay-Palmolive”. Y hay que
decirlo, el ámbito de esta novela es mucho más grande y menos romántico.
La
línea oculta, el plot, el argumento, la médula, lo que está debajo o
subyace en el texto en forma de cebolla, o como sea que le quiera definir, no
va solo sobre lo que sentía Jay Gatsby por Daisy Buchanan, como nos lo
quiso embutir Baz Luhrmann durante 142 minutos de metraje. La sirena con «voz irresistible, seductora, llena de
monedas y promesas»,
hacia parte de ese sueño, claro está, pero no era el fin único. El
universo del Gran Gatsby, va más allá de una historia de amor no correspondida.
El libro también da cuenta de una historia existencialista de un hombre
soñador: que fue todo cuanto se propuso ser, y que trato de reconstruir un
pasado bucólico a punta de esperanza; en una crispada
época, efímera, de gangsters, de oropel, de desenfrenos, de economía flotante
basada en acciones de bolsa y de encantos materiales; además de una sociedad
Neoyorquina rancia, carente de valores que trataba de invisibilizar a los
vulnerados; haciéndolos objeto de despropósitos a falta de estatus. Cuando ya se
atisbaba en plena era del jazz y del charlestón (acuñada así por el propio
autor), la decadencia y la depresión de los Estados Unidos. Pero en fin… para
desdén de nosotros los espectadores –hijos
de Zeus– todo lo que en el libro (en tono intimista) fue contención, misterio,
intriga y nostalgia; en la película fueron excesos, chabacanería, sobresaltos y
obviedades llenas de efectismos, utilizados como señuelos para vendernos
–en forma, no en fondo– una
historia de amor.
De
cualquier forma, fiel a su estilema, el director situó el largometraje en dos
momentos de diferentes valencias. La primera parte: fue el momento
hedonista, abigarrado de personas y con un despliegue casi masturbatorio de la
pirotecnia, llena de arrequives y excesos visuales, vacías de contenido
(propias de Hollywood) con aires de grandeza que poco tenían que ver con el
rigor de la novela. Y la segunda parte: baja, eso sí, el ritmo métrico de los
planos, y las secuencias se tornan más silentes, de manera de crear esos
momentos sobrecogedores y de introspección, o la también densidad reflexiva que,
al final dejaron permear.
De
los personajes de la ficción: siempre se dice que la
ficción no es mentira; tanto es así, que los personajes de ese mundo marcan
vidas, quizás como los del mundo real. Suscitan admiración. Viven en la
memoria. Crean empatías, porque nos resultan tan humanos como nosotros y,
a veces queremos (si no los agencian bien) que vengan a nuestras casas a
tomarse unas cervezas. Y bien, podría ser el caso de Jay Gatsby: que fue
minuciosamente bordado con hilos de suntuosidad; hecho de una lógica aplastante
y una ética, perfecta. De gallardía mesurada y ágil espíritu. Es decir, es un
hombre que se juega la vida y que carece de temperancias y timideces. Y aunque a simple vista éste personaje haya
parecido mundano, corrupto y hecho de ascua, producto de su propia leyenda y su
grosera fortuna; la verdad es que su mansedumbre y sus cualidades lo hicieron
regaladamente irresistible: bello, soñador, ingenuo, noble, leal, tenaz,
optimista y obsesivo. Para Nick –el personaje que nos cuenta esta
historia en clave de narrador intradiegético–, lo que hace “grandioso” a Gatsby
no es solo la extravagancia de su estilo de vida y el enigma fascinante de su
riqueza, sino su verdadera personalidad. En los apuntes del libro quedó escrito,
como el único personaje “leal” dentro de ese mundo de farsantes y, es el único
que al parecer no le obsedió la muerte; aunque lastimosamente, su apetencia por
revivir ese pasado le nublo la vista del presente.
A Leonardo DiCaprio, ciertamente le antecedieron tres actores que habían
puesto su piel a la orden para interpretar en la pantalla al icónico Jay Gatsby.
Alan Ladd (1949), Robert Redford (1957) y Toby Stephens (2000) pero es DiCaprio
quien dicen los entendidos, tenía las credenciales que más estereotipan a
Gatsby; y si, parece tenerlo todo en su santo lugar. Todo él: su estampa, su
altura, su semblante, su hombros, su prolijo vestuario, su traslucidos ojos
azules y su perfectísimo y elaborado peinado; hicieron de esta interpretación
una actuación solvente. En suma, Leonardo DiCaprio bien que supo nutrirse de tímidos y
casi imperceptibles detalles: como la soledad de su mirada; y el porte con que
daba su presencia.
De
la ecuación de los símbolos en esta historia: La Luz verde, por ejemplo: ¿qué significa? Entramos en el campo de
los códigos semánticos donde cada quién le da una lectura propia, aunque en
esta historia bien podría sospecharse que esa luz representa “el sueño” que
todos queremos alcanzar, por decirlo de alguna forma. Aunque también podría
representar el futuro, o bien, de aquello que queremos y se hace inalcanzable. Ahora bien, en esta novela “El valle de las cenizas” y “los ojos
del DoctorT.J. Eckleburg” en forma de anuncio, son otros tópicos que bien
podrían resultar interesantes como modelos moralizantes dentro de la historia.
Nick describía las cenizas en el libro como: “desoladas” y “grotescas” para
indicar que era la tierra oscura (desprovista de moralidad y compasión) llena
de chimeneas por donde siempre tenían que pasar los aristócratas cada vez que
querían cruzar la ciudad y llegar sus portentosas mansiones (el otro lado de la
ciudad). ¿Simbolismo? La ira y envidia, podría colegirse… ya que fue el
sitio donde ocurrieron casi siempre, todos los hechos e insensatos de la
infidelidad de Tom Buchaman, y el posterior asesinato de Myrtle Wilson.
Con respecto a los ojos del Doctor T.J.
Eckleburg (el anuncio) que se erigía en “El Valle de las Cenizas”, tampoco podría leerse como un simple anuncio. Es un símbolo.
¿Podrían interpretarse como los ojos de Dios? Nick nuevamente lo menciona en la
novela: “el anuncio que permanece en vigilia y alerta”. Podría, entonces, hacerse
una conexión con las palabras que pergeño George Wilson: “no puedes engañar a
Dios”. Serán esos ojos del anuncio (que frunce el ceño), ¿los ojos de
Dios que lo ven todo, y que está siempre presente en ese valle de
cenizas?
La
Banda Sonora de este film fue el elemento más transgresor y la apuesta más alta
de Baz Luhrmann, cambiar el jazz y el charlestón por hip hop, parece una licencia
que bien podría aplaudirse. También porque la música es: “atemporal”, palabras
textuales del director. Total, que más, en medio de tantas desafueros y show, si
era de jazz o hip hop, en un libro que esta dibujado en la época del jazz y del
charlestón.
Con todo El Gran Gatsby, es entonces una película
que bien merece una misa.
Amada surrealista. La estrella de mar (L’étoile
de mer). Dirección: Man Ray. Francia, 1928. Basada en la obra homónima de
Robert Desnos. Guión: Man Ray. Elenco: Kiki de Montparnasse, André de la
Rivière, Robert Desnos. Por Laura Valeria Cozzo: Licenciada y profesora en
Letras (UBA) y estudiante del Traductorado en francés (IES en Lenguas Vivas
J.R. Fernández).
El movimiento surrealista surge en la París de
entreguerras y viene a derribar el imperio de la razón a través de un discurso
que escape a toda lógica. En busca de lo nuevo, el cine es un medio de
expresión artística recientemente creado y con mucho por descubrir que captará
el entusiasta interés de los jóvenes rebeldes. Gracias al montaje, el séptimo
arte les permitirá cambiar radicalmente las formas artísticas con la eclosión
de una imagen literaria que, lejos de la metáfora, surja del encuentro fortuito
entre elementos sin justificación alguna más que el azar y que funcione como un
mecanismo de producción de sentidos que haga estallar lo que el poeta Pierre
Reverdy llamará “la chispa de la poesía”. La realización de un cortometraje
“L’étoile de mer” reunió al fotógrafo Man Ray y al poeta Robert Desnos. Se
cuenta que este escribió un poema para el estadounidense con el único fin de
dar origen al filme.
La estrella de mar que Desnos compró en un
anticuario de la rue des Rosiers encarna para él el amor perdido y que sólo a
través de ella logra recordar. Fue bajo su influencia que escribió esta poesía
simple como el amor y terrible como el adiós y que representa la acción
espontánea y trágica de una aventura que, nacida en la realidad, continúa en el
sueño. El corto que en ella se inspira resulta, desde su punto de vista, una
alquimia de las apariencias a la que el fotógrafo llegó gracias a tenebrosas
operaciones vinculadas con la inspiración poética, el resultado es la imagen
más emocionante y favorecedora de los sueños del poeta. Adams relaciona el
argumento del corto con la obra de Desnos: la mujer encarnada por Kiki es “la
misteriosa”, esa figura femenina distante, y por ello imposible, que encontramos
en sus poesías.
Ahora bien, el corto presenta un subtítulo
“Poème de Robert Desnos tel que l’a vu Man Ray” que no sólo indica quién
escribió el texto fuente sino también que el resultado es la lectura realizada
por el director, que será su interpretación el resultado final. El cineasta no
permanecerá fiel al guión elaborado por el poeta, cambiando algunas escenas y
también la música propuesta para acompañarlas pues es desde la
conceptualización de Man Ray que se cuenta la historia compuesta por imágenes
que lo asaltaron cuando leía el texto de Desnos, a través de su punto de vista
marcado, por ejemplo, por su manejo personal de la cámara. Las imágenes no
llegan al espectador a través de sus propios ojos sino de los aparatos que las
reconstruirán en imágenes y que ello dependerá del ojo del cineasta que realice
su recorte del objeto. No es sólo para burlar a la censura sino también para
marcar la presencia de la cámara-mediadora que se opta por utilizar un filtro
que distorsione las imágenes (no se limita a los desnudos), que además permite
dar una apariencia de ensueño al no dejar apreciar con nitidez las formas y los
rasgos de personas y objetos, con una única excepción: la estrella de mar. El
vidrio roto, astillado, hacia el final, que se interpone entre la mujer y el
espectador va en el mismo sentido, el de evidenciar esta mediación de la
producción-reproducción técnica de la realidad. Los intertítulos mencionan a
Cybèle, la diosa frigia que representa a la Madre Tierra por la que su amante
Attis enloquece y se castra a sí mismo (por eso los sacerdotes de esta
divinidad serán únicamente eunucos), cuya trágica historia recuerda una poesía
de Catulo. Otro elemento en que basará esta interpretación (crítico-paranoica)
es la presencia de la flor (de vidrio, de fuego, de carne), órgano sexual que
ejerce una atracción constante sobre el que ya no lo posee (y que es referido
como “les morts”). El film deviene una metonimia de la búsqueda de la mujer
deseada que provoca una fascinación tan poderosa que imposibilita la unión
carnal. Este juego de atracción y temor en el hombre aparece en la combinación
entre una imagen que aparece en el comienzo del film y que muestra los muslos
de la mujer cuando esta se arregla las medias y el intertítulo inmediatamente siguiente,
donde se habla de la belleza peligrosa de los dientes femeninos. La unión de
ambos planos brinda aquí la imagen de la vagina dentada, como las que asustaban
a los hombres nivakle (según cuenta una leyenda de estos antiguos pobladores
del Chaco). También la repetición de la frase “belle comme...” recuerda a Les
Chants de Maldoror, obra reverenciada por los surrealistas que incluye un
episodio en el que una víbora devora el miembro viril del protagonista. La
imagen de la mujer que Enrique Pichon-Rivière encuentra en estos textos es la
de un ser peligroso, el origen de los sufrimientos y la soledad de este
atormentado ser. La dama del poema cinematográfico de Desnos/Man Ray inspira un
amor ardiente, aunque no por ello el temor por ella inspirado deja de estar
presente. Los intertítulos finales remiten nuevamente a esta recreación de una
mujer deseada pero temida: “Qu’elle était belle” precede a la fémina lejana,
ausente ahora, y le siguen “Qu’elle est belle” y la imagen de la estrella de
mar en el frasco ante la mirada absorta del hombre solo.
El celebrado nacimiento del cine poético trajo
consigo mucho más que una nueva y novedosa forma de ver y representar la
realidad: ya no solo se puede narrar con palabras sino (y mejor aún)
poniéndolas en relación con imágenes visuales para que la explosiva unión haga
estallar los sentidos más ocultos, aquellos de los que el lenguaje no puede dar
cuenta acabadamente. No nos contentemos con hablar de la belleza, ¡hagámosla
explotar en la pantalla grande!
Los beat sin alma.
En la carretera (On the road). Dirección:
Walter Salles. Basada en la novela homónima de Jack Kerouac. Reino Unido-Francia-EEUU-Brasil, 2012. Guión:
José Rivera. Elenco: Garrett Hedlund, Sam Riley, Kristen Stewart, Amy Adams, Tom Sturridge,
Danny Morgan, Viggo Mortensen, Alice Braga, Elisabeth Moss, Kirsten Dunst,
Terrence Howard, Steve Buscemi, Madison Wolfe. Por
Helena García Mariño: Licenciada en Teoría de la Literatura y Literatura
Comparada por la Universidad Complutense de Madrid (UCM).
On the road sigue
los desplazamientos que el joven escritor beat
Sal Paradise (seudónimo de Jack Kerouac) realizó durante los años más
relevantes de su juventud a lo largo de Estados Unidos y México, acompañado por
Dean Moriarty (alter ego de Neal
Cassady) y otros escritores y personalidades relevantes de la cultura underground de la Norteamérica de
posguerra. El periplo supone un viaje tanto físico como espiritual, en el que
es prácticamente imposible separar la evolución del descubrimiento de la
geografía del norte y centro del continente americano del propio descubrimiento
interior de Kerouac.
Una de las principales dificultades formales que entraña On the
road es la complejidad de su clasificación dentro de un género literario
concreto. La obra cumbre de la generación beat
es un híbrido entre autobiografía, novela y libro de viajes. De hecho, existen
dos versiones diferentes de la obra. A medio camino entre mito y realidad, se
dice que Kerouac redactó On the road
en tres semanas en un rollo de papel de forrar estantes, para evitar así que su
escritura automática se viese interrumpida por el cambio de papel. Sin embargo,
parece ser que lo que finalmente se publicó, por insistencia de los editores,
fue el resultado de un arduo trabajo posterior y de múltiples correcciones. Así
se explican las diferencias que encontramos entre los dos textos publicados. En
la versión que fue objeto de revisión, hay párrafos y puntos y comas bien
estudiados, además de la sustitución por seudónimos de los nombres de los
personajes reales que aparecen porque no todos los amigos de Kerouac dieron su
consentimiento a la forma en que figuraban en las páginas del libro. Por su
parte, en la versión libre de modificaciones observamos la utilización del
procedimiento de la escritura automática –caótica, libre, espontánea, siguiendo
los postulados que el mismo Kerouac desarrolló en su Fundamentos de la prosa espontánea - y los nombres reales de las
personas que acompañaron a Kerouac en su periplo.
Walter Salles no era un principiante en el terreno de las road movies: ocho años antes del estreno
de On the road había llevado a la
gran pantalla los viajes de Ernesto Guevara durante su juventud en la estupenda
Diarios de motocicleta (2004). Después
de su exitosa incursión en el subgénero, las expectativas sobre esta nueva
adaptación eran altas, y cuando la película se estrenó la opinión de la crítica
fue demoledora. Y es que la versión de Salles supone un rotundo fracaso por un
motivo muy específico -y crucial a la hora de adaptar un texto beat-: su On the road carece de alma. La gesta viajera del libro de Kerouac
se muestra sin censura alguna, y a través de sus páginas se suceden ante
nuestros ojos descripciones de lugares y de individuos desde la personalísima
perspectiva de un hombre frenético e inseguro, de alguien que aún no ha
encarrilado su vida –y que, en realidad, nunca llegará a hacerlo-, y que
pretende conocerse a sí mismo a través del conocimiento de otros lugares. La
música, el alcohol, las drogas, la realidad social de su tiempo y las exposiciones
de todo cuanto aparece ante los ojos de los viajeros convierte ésta en una de
las obras norteamericanas más importantes del siglo XX. Kerouac logra una
conjunción perfecta en el desarrollo de un viaje físico que es, a fin de
cuentas, también un viaje espiritual.
Sin embargo, los personajes de Salles no viajan "con su eternidad
a cuestas" (como escribe Kerouac en una de las líneas más famosas de la
obra), sino que les vemos recorrer las carreteras estadounidenses sin pena ni
gloria, sin emoción ni éxtasis, lejos de los sentimientos auténticos de estos jóvenes
"frustrados y beatíficos" (volviendo a parafrasear al autor) que
supusieron la mala conciencia de una sociedad deshumanizada y cruel. Salles
construye una película aburrida y plana, algo que parecía prácticamente
imposible en una adaptación de un texto de Kerouac. La narración exaltada de la
obra, el frenético avanzar de estos ángeles hipster,
se ve reducida a un conjunto de planos hermosos y conversaciones breves y
vacías. Las escenas recogidas en la cinta parecen haber sido seleccionadas de
forma aleatoria y los personajes carecen de profundidad: Paradise (Sam Rilley)
no es un joven perdido y emocionado ante la perspectiva de vivir una vida que
merezca ser contada, amante del jazz y de los locales nocturnos, sino un
escritor insulso y lánguido que se deja arrastrar por la geografía
norteamericana mientras los acontecimientos que se suceden a su alrededor no
parecen, ni siquiera, rozarle; Moriarty (Garret Hedlund), con una vestimenta
casi anacrónica, ya no es el héroe de los beatniks
y ha perdido la fuerza del superviviente, del hombre criado en la dura
noche de la carretera que ha venido al mundo para verlo; ni siquiera Viggo
Mortensen consigue aportar algo de garra al largometraje con su papel de Old
Bull Lee (alter ego de William
Burroughs), personaje cargado de infinitas posibilidades que, una vez más, es
desaprovechado.
Salles fracasa con esta adaptación vacía, sin alma, que convierte a
los enloquecidos beats en
postadolescentes que viajan a través de Estados Unidos sin el objetivo que
impulsó a Kerouac y sus compañeros a embarcarse en su odisea: mirar
directamente a los ojos al éxtasis, a la verdad y a la redención.
El debut de un poeta.
Accattone. Dirección Pier Paolo
Pasolini. Basado en las novelas Ragazzi
di vita y Una vita violenta de
Pier Paolo Pasolini. Italia, 1961. Guión: Pier Paolo Pasolini, Sergio Citti.
Elenco: Franco Citti, Franca Pasut, Silvana Corsini, Adriana Asti. Por Carlo
Mearilli (Coordinador Cineforum Centro Studi Americanistici Circolo Amerindiano
Salerno/ Università degli Studi di Salerno, Italia).
Rodada entre el mes
de abril y el mes de julio del 1961, Accattone
representó el debut cinematográfico de Pier Paolo Pasolini de quien justo en
este mes de noviembre, se celebra el trigésimo noveno aniversario de su muerte.
La película tuvo una preparación muy difícil. Tenía que ser producida por Federiz de Federico Fellini (con el cual
Pasolini colaboró para el guión de Le
notti di Cabiria) pero al final el director abandonó esa idea probablemente
por las preocupaciones que sentía por la inexperiencia cinematográfica de
Pasolini. A petición de Fellini, Pasolini rodó dos escenas de su película. El
resultado fue considerado desastroso porque, en sus soluciónes
cinematográficas, estaba muy cerca del cine mudo de Ejzenstejn.
De manera que
faltando solo una semana para empezar el rodaje, todo el proyecto pareció
hundirse. Gracias a la mediación de Mauro Bolognini se logró recobrarlo todo
implicando al productor Alfredo Bini y, sobre todo a Cino Del Duca, el
verdadero proveedor de fondos de la película. Pasolini fue el director y
también el autor del tema Accattone,
mientras que el guión fue escrito junto a Sergio Citti, que Pasolini definió
como «viviente léxico romanesco». Otro nombre importante en esta película fue
el de Tonino Delli Colli, quien le aconsejó a Pasolini utilizar un blanco y
negro muy duro que aseguró realmente a la película un resultado muy intenso y muy fuerte.
Otro nombre de
relieve es el de Bernardo Bertolucci, joven ayudante de dirección, que le dio
consejos importantes a Pasolini que seguía en su búsqueda basada en la idea
anti cinematográfica de hacer cine teorizando la elección de un lenguaje que
tenía que ser el reflejo exacto de la realidad. Consecuencia lógica de sus
primeras novelas (Ragazzi di vita y Una vita violenta), Accattone probablemente es la película más dura y despiadada de
Pasolini, sustentada en un sentido continuo de tragedia inminente. La vida en
las chabolas de la periferia romana y una condición moral y material miserable,
nos cuentan la existencia en los márgenes de una sociedad y de una ciudad que
aquí no tiene los colores de Fontana di
Trevi o Piazza di Spagna. Aquí aquella Roma de postales para turistas no
existe. Todo es desesperación, rabia, ignorancia y lucha para sobrevivir. Todo
es desilusión y desengaño, características de la ciudad que solamente Pasolini
supo atrapar. Para Accattone (que es el apodo del protagonista Vittorio
Cataldi, interpretado por Franco Citti), y sus amigos no se entrevé ni se
percibe esperanza alguna, ni ningún posible escape. Accattone es la historia de estos residuos 'descartes' que la
sociedad pequeño burgués y reaccionaria de la posguerra italiana contribuyó a
crear y que al mismo tiempo había desterrado. Pasolini puso las manos en una
llaga sangrienta que nadie se atrevía a tocar y lo hizo de manera directa con
la aspereza del lenguaje y utilizando lugares sin espacio y sin tiempo. Todo
esto en la Italia del boom económico.
Más allá de la inevitable vehemencia de las acusaciones contra la película
considerada de una 'crudeza pornográfica' inaceptable, lo más que molestó a la
Italia conformista, fue sobre todo aquel tipo de estrecha complicidad que
Pasolini mantenía hacia este mundo de pequeños delincuentes del
lumpenproletariado romano protagonistas de la película. Entre ellos Accattone,
que vive al día, encomendándose a la regla de una supervivencia casual y
haciéndose mantener de una prostituta. A propósito de las periferias, el plató
se realizó aunando varios lugares de la periferia romana: el Pigneto, donde
encontramos el mítico baretto de los
amigos de Accattone, la Borgata Gordiani, algunos trocitos de calle Tiburtina,
puente Testaccio. Todos estos nombres para quién no es de Roma, poco
significan; pero, al contrario, representan la matriz de la historia que se
cuenta. Además, la elección utilizar a casi todos actores no profesionales,
viene a ser la realización de la idea de Pasolini de que no era representable
con los actores profesionales una humanidad que, desde su punto de vista, era
una humanidad incontaminada y libre, en su 'pureza', de los condicionamientos
impuestos por la sociedad de la homologación y de la apariencia. Este hecho nos
lleva a recordar que tanto los libros como las películas de Pasolini, están muy
atados con el contexto político en el que se realizaron. A propósito de Accattone, Pasolini dice: «La historia
de Accattone tiene la duración de un verano que es aquel del gobierno Tambroni.
[...] En este período me asomé a mirar lo que sucedió dentro del alma del lumpenproletario de la periferia romana.
Insisto en decir que no se trata solo de una excepción sino de un caso típico
por lo menos en la mitad Italia y reconocí bien todos los antiguos males y todo
lo antiguo inocente bien de la verdadera
vida». En la película además se nota una presencia muy fuerte de la música de
Bach. La passione secondo Matteo y
los Concerti Brandeburghesi que
acompañan toda la película. Accattone
se presentó a la XXVI edición de la Exposición Internacional de Arte
Cinematográfico de Venecia en el agosto del 1961 y lo acogieron contestaciones
muy violentas aunque algunos críticos captaron enseguida las novedades y las
calidades de la película. Sucesivamente la película fue prohibida por la
censura, retirada por las salas italianas y luego presentada en el 1962 al Festival Internacional del cine
de Karlovy Vary dónde el obtuvo el primer premio por la dirección. Merece por
fin la pena recordar las notaciones del joven Bertolucci que, a propósito de la
manera de trabajar de Pasolini comenta:
«[...] Asistía con conmoción a las invenciones de Pier Paolo. En las proyecciones
diarias me parecía vivir los orígenes del cine, de asistir por primero al
primer trávelin, a la primera panorámica».
Hola, adiós. Eternamente conectados, eternamente abrazados. Matadero cinco (Slaughterhouse-five). Dirección:
George Roy Hill, EEUU, 1972. Basada en la novela Matadero cinco o La cruzada de los niños
de Kurt Vonnegut. Guión: Stephen Geller. Elenco: Michael Sacks, Ron Leibman,
Eugene Roche, Valerie Perrine. Por
Emiliano Tavernini: Profesor en Letras (UNLP), Maestrando en Historia y memoria
(UNLP)
Cuando se compilan las conferencias dadas por W.G. Sebald en Zurich en
1997 bajo el título Sobre la historia
natural de la destrucción (libro publicado recién en 1999) se pone en
discusión en la esfera pública alemana el revisionismo sobre lo que fueron los
bombardeos aliados. El autor se pregunta por qué los escritores alemanes no
querían o no podían describir la destrucción de las ciudades alemanas, lo
fragmentario de los recuerdos de los sobrevivientes de aquella tragedia permitía, para el autor, comprender qué tan
imposible de sondear eran las profundidades de la traumatización de las almas
de los que escaparon del epicentro de la catástrofe.
Treinta años antes, en los Estados Unidos, Kurt Vonnegut publicaba su
novela quizá más autobiográfica Matadero
cinco, la cual le llevó más de veinte años de elaboración, dadas las trabas
formales con las que chocaba todo el tiempo su proyecto creador a la hora de
representar el horror perpetrado por los vencedores de la Segunda Guerra
Mundial, y experimentado por el mismo autor en los bombardeos de Dresden,
mientras era un preso de guerra del ejército nazi. La posibilidad narrativa
estaba en la ciencia ficción.
El film de Hill realizado sólo tres años después de la publicación de
la novela logra transmitir el efecto buscado por Vonnegut. Las posibilidades
del soporte audiovisual hacen más palpable el simultaneísmo de los viajes
temporales y espaciales del protagonista Bill Pilgrim, a través de su vida. Los
montajes que ponen en relación escenas disímiles a partir de una imagen u
objeto comunicante refuerzan el sentido irónico y humorístico que se encuentra
en la esencia de la obra escrita. Pilgrim en la Segunda Guerra Mundial, la
noche de los bombardeos en Dresden, en el planeta Trafalmadore, en el Congreso
de optometristas, en casa con su familia, en la infancia con su padre
aprendiendo a nadar. Cualquier evento puede ser activado o desactivado, vuelto
a vivir o revivir con sólo un desmayo o un abrir y cerrar de ojos. En
definitiva, parece querer decirnos, el mundo es sólo apariencia, simplemente
hay un único hecho que se repite en sus múltiples variables, el ciclo del
nacimiento y de la muerte.
Por otra parte la película funciona como una metáfora de la
reminiscencia (no del recuerdo) y de la filosofía estoica. La impasibilidad y
la imperturbabilidad de Pilgrim ante los diversos acontecimientos que le tocan
en suerte denota la comprensión de que no hay bien ni mal en sí, sino que todo
forma parte de un proyecto cósmico. Sobre el destino de nuestro planeta,
sabemos que sólo es cuestión de tiempo para que un trafalmadoriano presione un
botón y que todo lo que conocemos en la tierra termine. Los trafalmadorianos
pueden ver todo el tiempo en su totalidad. El simultaneísmo les es inherente.
En Trafalmadore la vida no tiene ni principio, ni transcurso, ni final. Una
escena muy bien lograda, que no se encuentra en la novela y que se adapta
perfectamente a la trama, es la de Pilgrim ayudando a sus compañeros a robar un
reloj de piso que termina literalmente aplastándolo. La presión del tiempo es
la cinta de moebius que lo va guiando en la búsqueda de la felicidad.
Hill al igual que Vonnegut también fue soldado en la Segunda Guerra Mundial.
Y aquí radica en mi opinión el excelente resultado de la adaptación. Hill sabía
de lo que estaba hablando. Y aunque la denuncia se filtra por distintos puntos
de la trama, la preponderancia de lo estético en los montajes visuales es
dominante.
El film expresa por momentos la crítica más abierta contra lo que
podríamos denominar la hipocresía de la sociedad estadounidense topicalizada en
el consumismo (escena del Cadillac); la institución familiar puritana (escena
del autocine); el negacionismo de los crímenes de guerra perpetrados por los
bombardeos aliados en la ciudad de Dresden (escena del historiador militar en
el hospital); el sinsentido de la guerra en Vietnam(escena del hijo de Pilgrim
buscando la aprobación de éste); la complicidad política y económica de Estados
Unidos y la Alemania nazi con respecto al verdadero enemigo de occidente: el
comunismo soviético (escena del general estadounidense con la esvástica en el
brazo y la escena, también significativa, que pone de manifiesto la diferencia en
el trato dentro del campo de concentración entre los presos de guerra rusos y
los yanquis).
Como punto criticable y que le quita riqueza a la trama podríamos
señalar la ausencia del personaje del escritor fracasado de ciencia ficción
Kilgore Trout (personaje imprescindible
en la novela), transposición ficcional del escritor y crítico Theodor Sturgeon.
Recordemos que Bill Pilgrim en la novela era un ávido lector de la ciencia
ficción de Trout y sin su presencia o su alusión en el film se puede hacer
difícil para un espectador que no leyó la novela comprender la multiplicidad de
sentidos que adquiere el planeta Trafalmadore en la vida del héroe. Incluso en
la comprensión de si lo que está sucediendo en el film es producto del trauma
de la guerra o una experiencia en verdad vivida. Como compensación los lectores
de Vonnegut podemos disfrutar de la visión de un Trafalmadore de bajo
presupuesto que nada tiene que envidiar a la edad de oro del cine clase B.
En una entrevista realizada por la revista Rolling Stone a Vonnegut a
fines de los ’70, el autor consideraba que el film de Hill había superado a su
novela. Más que un motivo especial para recomendarla.
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